La resurrección de las luciérnagas

El poeta en La resurrección de las luciérnagas nos muestra la contracción de la claridad frente al oscuro mundo que revela en el exceso, los gestos y el ruido frente al canto rodeado de la iluminación, silenciosa, en un simple suspiro que con densas y pequeñas nadas lo configura todo, igual que el vuelo de un pájaro, sea alondra, golondrina o gaviota, que nos susurra que toda la vida es huella, exterior e interior, con nosotros mismos, con quienes ya no están y con los demás. El poeta nos lleva con los pedazos del espejo, tras los caminos del cometa, con la fugacidad de las ardillas, para iluminar el estremecimiento subversivo de la optimista mirada del poeta rey cabra, el poeta samurái, el poeta maestro del eco en cuyo canto la libertad, la vida y la memoria palpitan con la metamorfosis de un instante de luz entre los dientes, un soplo de polvo bajo las sandalias, y un candil que cuelga del clavo de la nostalgia en el lejano horizonte. La luz anda siempre escasa, y hay que celebrar su fulgor.