Om EL PRISIONERO DE ZENDA
¿¡Pero cuándo llegará el día que hagas algo de provecho, Rodolfo!¿exclamó la mujer de mi hermano. ¿Mi querida Rosärepliqué, soltando la cucharilla de que me servía para despachar un huevo,¿¿de dónde sacas tú que yo deba hacer cosa alguna, sea o no de provecho? Mi situación es desahogada; poseo una renta casi suficiente para mis gastos (porque sabido es que nadie considera la renta propia como del todo suficiente); gozo de una posición social envidiable: hermano de lord Burlesdón y cuñado de la encantadora Condesa, su esposa. ¿No te parece bastante? ¿Veintinueve años tienes, y no has hecho más que... ¿¿Pasar el tiempo? Es verdad. Pero en mi familia no necesitamos hacer otra cosa. Esta salida mía no dejó de producir en Rosa cierto disgustillo, porque todo el mundo sabe (y de aquí que no haya inconveniente en repetirlo) que por muy bonita y distinguida que ella sea, su familia no es con mucho de tan alta alcurnia como la de Raséndil. Amén de sus atractivos personales, poseía Rosa una gran fortuna, y mi hermano Roberto tuvo la discreción de no fijarse mucho en sus pergaminos. A éstos se refirió la siguiente observación de Rosa, que dijo: ¿Las familias de alto linaje son, por regla general, peores que las otras.
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