Om CONTIGO PAN Y CEBOLLA
DOÑA MATILDE. ¡Bruno! BRUNO. Jesús, señorita, ¿ya se levantó usted? DOÑA MATILDE. Sí, no he podido cerrar los ojos en toda la noche.
BRUNO. Ya se habrá usted estado leyendo hasta las tres o las cuatro, según costumbre¿.
DOÑA MATILDE. No es esö. BRUNO. Se le habrá arrebatado el calor a la cabezä. DOÑA MATILDE. Repito que¿.
BRUNO. Y con los cascos calientes ya no se duerme por más vueltas que uno dé en la cama.
DOÑA MATILDE. Pero hombre, que estás ahí charlando sin saber¿.
BRUNO. ¿Conque no sé lo que me digo? Y en topando cualquiera de ustedes con un libraco de historia o sucedido, de ésos que tienen el forro colorado, ya no ha de saber dejarlo de la mano hasta apurar si D. Fulano, el de los ojos dormidos y pelo crespo, es hijo o no de su padre, y si se casa o no se casa con la joven boquirrubia que se muere por sus pedazos, y que es cuando menos sobrina del Papamoscas de Burgos: todo mentiras.
DOÑA MATILDE. ¿Acabaste? BRUNO. No señora, porque es muy malo, muy malo leer en la camä. DOÑA MATILDE. ¡Aprieta! ¿Y no ha venido nadie? BRUNO. Nadie ¿ ah, sí, vino el aguador con su esportilla y sü. DOÑA MATILDE. ¿Qué tengo yo que ver con el aguador ni con su esportilla? BRUNO. ¿Esperaba usted acaso otra visita a las siete de la mañana?
DOÑA MATILDE. Nö. Sí¿. ¡Válgame Dios, qué desgraciada soy! (Sentándose)
BRUNO. ¡Desgraciada! ¿Qué dice usted?
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