Om CELOS CON CELOS SE CURAN
CÉSAR: ¿Hemos de apartarnos más de la ciudad, Carlos? CARLOS: No; que la ribera del Po, que murmurar viendo estás mientras de Milán te alejas, si en sus cristales te avisas, agravios vende entre risas a tu amistad y a mis quejas. CÉSAR: No te entiendo. CARLOS: No me espanto. Déjanos solos aquí Gascón. GASCÓN: Siempre obedecí a quien sirvo y quiero tanto y más a estas ocasiones, porque yo cuando hay envites digo quiero a los convites y descarto las cuestiones.
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CÉSAR: Ya estamos solos; procura declararte. ¿Es desafío? CARLOS: No nos oye más que el río que no ofende aunque murmura. Deja de aumentar agravios dudando de mi fe ansí, que mis quejas contra ti sólo tienen en los labios discreta jurisdición, no en la espada, que en efeto reverencian el respeto
que te debo. CÉSAR: La ocasión con que las formas repara que me suspendes y admiras. CARLOS: Por fabulosas mentiras las propiedades juzgara que pintó la antigüedad en la amistad verdadera, si hallarlas en ti quisiera. CÉSAR: Pues ¿es falsa mi amistad? CARLOS: Parécelo. CÉSAR: Di el porqué. CARLOS: ¿Por qué, desata esta duda, pintó a la amistad desnuda quien su Apeles sutil fue? ¿Por qué, si no es en tu mengua, su lado abierto mostró y del pecho trasladó el corazón a la lengua? ¿Por qué le vendó los ojos, dejando libres los labios? CÉSAR: Jeroglíficos agravios me proponen tus enojos; misterioso vienes. Digo que si desnuda pintaban la amistad los que enseñaban leyes al perfeto amigo fue para darle a entender que entre los que la profesan y su lealtad interesan ningún secreto ha de haber. Porque si se difinió que era una alma en dos sujetos, afirmando los discretos que el amigo es otro yo, mal quedara satisfecho de quien sus pasiones calla el amigo que no halla en un lugar lengua y pecho.
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