Om Balzac: La novela de una vida
Un hombre dotado del genio de Balzac, que gracias a una fantasía exuberante consigue colocar al lado del cosmos terrestre otro cosmos completo de su entera creación, muy rara vez será capaz de atenerse con todo rigor a la verdad cruda y desnuda en no pocos episodios de su vida privada, carentes por demás de toda importancia. En él, todo se subordina al arbitrio de su voluntad soberana y transformadora. Esta autocrática metamorfosis de muchos episodios de su existencia terrenal se inicia ya de modo característico en el hecho fundacional ¿digamos inalterable¿ de una existencia burguesa: en su propio apellido. Un día, más o menos a los veintinueve años, Balzac revela al mundo que no se llama Honoré Balzac, sino Honoré de Balzac, y afirma que siempre tuvo pleno derecho a usar esta partícula indicativa de un título nobiliario. Así como su padre se jactaba de la más bien remota posibilidad de ser tal vez pariente lejano de un antiguo linaje galo, del caballero Balzac d¿Entraigues, y lo hacía sólo en son de chanza y en el círculo más íntimo de la familia, la poderosa fantasía del hijo eleva provocativamente tal sospecha sin fundamento a la categoría de hecho incuestionable. Firma sus cartas y sus libros como «de» Balzac e incluso manda pintar el escudo de armas de los d¿Entraigues en el carruaje en el que viajó a Viena. Ridiculizado por sus colegas menos afables a causa de este vanidoso afán de ostentación, responde en los periódicos con franqueza y atrevimiento, diciendo que ya mucho antes de su nacimiento su padre había comprobado en documentos oficiales su origen nobiliario y que, por consiguiente, el atributo de nobleza que figura en su partida de nacimiento no posee menos valor que el de Montaigne o el de Montesquieu.
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