Gjør som tusenvis av andre bokelskere
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Tengo una carga muy fuerte en mi vida de poder enseñar lo que por 10 años eh aprendido en el ministerio, esperé pacientemente para escribir este libro, el cuál nació el dÃa en que recibà el llamado a ser profeta.Siempre eh querido enseñar y capacitar a más profetas, tengo en el corazón levantar una escuela ministerial profética, no por pretender saberlo todo más bien por la desesperante necesidad de ser entrenados y capacitados de forma adecuada y en una ética ministerial que escasamente se ve en las iglesias y en los ministros errantes con los que me he encontrado en el camino.Un pastor amigo mÃo dice "al que tiene carga, se le encarga" y mi carga más grande es que cada ministro use con responsabilidad sus dones, su talento, su asignación, su posición. Que cada oÃdo que le preste esta generación lo valore y que él lo adoctrine con responsabilidad. Sé que a mi corta edad aún tengo mucho que aprender y a pesar de contar con tantos errores y aciertos me encantarÃa poder transmitirte lo que hasta ahora recibà y con toda humildad espero que este libro te sea de mucha bendición.
Te propongo un itinerario espiritual por los cuadros que Bartolomé Esteban Murillo pintó para la iglesia de San Jorge de la hermandad de la Santa Caridad. En el cuarto centenario de su nacimiento, te sugiero una peregrinación de palabra por sus lienzos y lo que significan, como una catequesis itinerante en torno a las siete obras corporales de misericordia que la hermandad quiso que vistieran las paredes del templo como las páginas de un catecismo abierto a todo el mundo. A lo largo de la única nave se disponen seis cuadros con escenas bíblicas del Antiguo y el Nuevo Testamento completados con el retablo del altar mayor en el que se exhorta a los fieles a enterrar a los muertos con el propio entierro de Cristo, descendido de la cruz, obra escultórica de Pedro Roldán con pinturas de Valdés Leal y Murillo. Al fin y al cabo, la hermandad de la Santa Caridad se fundó para dar cristiana sepultura a los ajusticiados y a los ahogados, esos invisibles a los que nadie quería prestar un último servicio.
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