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Bøker av Godofredo Daireaux

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  • av Godofredo Daireaux
    248 - 409,-

  • av Godofredo Daireaux
    227 - 396,-

  • av Godofredo Daireaux
    227 - 396,-

  • av Godofredo Daireaux
    200 - 382,-

  • av Godofredo Daireaux
    203,-

    Relatos de Godofredo Daireaux PrlogoI. LOS DUENDES DE LA COLORADAEn la inmensa llanura entapizada de pajonales matosos, traicioneros encubridores de vidas acechadoras y de muertes ignotas; sin ms atenuacin a su ttrica soledad que unas cuantas miserables chozas de techo de paja perdidas entre los juncales, existi, por mucho tiempo, una estancia misteriosa. Ocupaba una pequea loma, larga y angosta, rodeada de caadones sin fin y oculta, casi siempre, entre brillazones engaosas. La llamaban "e;la Colorada"e; porque en el horizonte, relumbraba a menudo como siniestra llamarada de incendio o roja mancha de sangre: "e;Por ser el techo de teja"e;, decan algunos; pero, sin incendio ni sangre, no puede haber reflejo a sangre ni incendio. Establecimiento primitivo, aglomeracin de ranchos, ramadas y ombes, con corrales de palo a pique y montecito de sauces, sus haciendas -afirmaban los que decan haber cruzado su campo-, eran todas ariscas y bravas, cuidadas por unos gauchos temibles, de poncho y chirip, botas de potro y grandes espuelas, armados de cuchillos enormes, enemigos acrrimos del extranjero, refractarios a toda civilizacin. Sobre su dueo corran entre la gente mil historias. Para muchos era el mismo Mandinga en persona, y nadie ms; otros decan que all tena su morada un duende matrero, caudillo de antao, sanguinario y burln, quien -lo mismo que cuando estuviera en vida-, por puro capricho de loco omnipotente, humillaba a sus vctimas, antes de degollarlas. De "e;la Colorada"e; salan entre alaridos huestes devastadoras. Sus sangrientas fechoras, en forma de revoluciones polticas se sucedan casi sin interrupcin; del Sud pobre y rudo, se extendan al Norte frtil, llenndolo todo de crmenes y de sangre, atajando la inmigracin, anhelosa ya de traer al pas la fuerza de sus brazos, la ayuda de su labor, la luz y la riqueza. Todo era caos, noche, tempestad. Se disputaban la palma de la destruccin y del atraso el salvajismo poltico y el salvajismo del indio. La justicia pareca tener por misin castigar a la gente buena y recompensar a los criminales. Gobernar consista en dominar por el terror o por el hambre a los contrarios, a los que haban dado o vendido su voto al candidato vencido. De rojo subido se pona, en ciertas ocasiones, el espejismo de "e;la Colorada"e; y el pueblo atemorizado vea en ello el signo fatal de nuevas calamidades inmerecidas, obra de algunos desalmados cuya ambicin vena a impedir el desarrollo de la prosperidad nacional

  • av Godofredo Daireaux
    201,-

    Recuerdos de un hacendado es un retrato de la vida de Godofredo Daireaux en su estancia en la Argentina del siglo XIX. Fragmento de la obraEl mayordomoEst vendida la estancia. Han venido a recibirse de ella dos hermanos, rubios, jvenes, con muchas pecas en la cara, polainas en las piernas y gorrita de pao a cuadros en la cabeza. Ellos son, al mismo tiempo, los dueos y administradores. Hablan espaol con mucho acento ingls, pero se hacen entender bien, por lo dems, hablan poco. Al mayordomo viejo, un criollo nacido en ese mismo campo, cuando los indios todava pegaban a menudo sus malones, y que ha plantado por su mano los sauces ms viejos que dan a la casa su sombra, le han declarado que no necesitan sus servicios, y que, ya que se han contado las haciendas e inventariado el material, se puede l retirar con la familia, cuando guste. No le han negado, hasta le han ofrecido algunos das para buscar su comodidad, y el viejo les ha dado las gracias. Bien saba l, haca tiempo, que la estancia estaba vendida; que el patrn viejo haba muerto que estaba medio embarullada la testamentara y que los hijos no haban podido guardar esta propiedad. Pero, mientras iban desarrollndose con lentitud los mil trmites de ley, all, en la ciudad, l segua cuidando los intereses como siempre lo haba hecho. Un sueldito, una habitacin pequea, sus modestos gastos de vida pagados; si necesitaba cien pesos, jams se los negaba el patrn, sobre todo que las cuentas nunca se arreglaban del todo. Haba tanta confianza entre el patrn y l! l le deca "e;patrn"e;, porque al fin la estancia era de l; pero haban sido compaeros siempre.

  • av Godofredo Daireaux
    195,-

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